EL PYNCHON DE MÓNICA BELEVAN

Mónica Belevan
Thomas Ruggles Pynchon no es tan anónimo: goza ya, y desde hace años, de un reducto propio en el panteón de los escritores que no se leen pero que se prestan como referentes necesarios a los grandes momentos de la literatura del siglo XX.
Si existiese algún deseo de reconstruir la Europa tragicómica y caníbal de la Segunda Guerra Mundial, bastaría con deszurcir el tejemaneje de la Zona de El arco iris de gravedad (Gravity’s Rainbow, 1973) y reinstalar el funcionamiento de un sistema tácito de control que termine por atomizarse solo, ya sin la ayuda de tecnócratas o combustibles, con o sin guerras, traiciones o tratados internacionales, involuntaria, imperativamente.
Las cosas, las cosas literalmente, las piedras y las oficinas, los trámites longitudinales, el espacio sideral, el interregno entre personas, entre burócratas y amantes y desconocidos, la Historia misma, sea ésta lo que sea, a fuerza de puntapiés y muy dudosas coincidencias, adquirirían termodinámicas y tiempos propios; cada cosa (y por gravitación, capricho, inercia, cada ser) desarrollaría sus propias leyes físicas, sus holocaustos íntimos, su teología triste de babas y bisagras, sus márgenes irrepetibles de relatividad. En pocas palabras, el mundo sería tal como es. (SIGUE EN EL PRIMER COMMENT)