RONCAGLIOLO Y LA GENERACION DEL 90
El silencio de los inocentes
Después de los difíciles años de violencia política, el Perú conoció un período de estabilidad durante la década pasada. Sin embargo, el poder dictatorial subyugó las representaciones que nuestra sociedad hacía de sí misma, lo cual se verifica en la producción literaria de esos años. Muchos escritores, críticos y lectores peruanos opinan que entre los jóvenes narradores peruanos no hay una literatura común. Según esta teoría, los autores que comenzaron a publicar en los años noventa eran tan individualistas que nunca formaron ningún grupo, ni movimiento, ni tendencia ni generación propiamente dicha. Esa afirmación me sorprende, porque yo creo que entre los jóvenes narradores de los noventa hubo un tema común muchísimo más claro y hasta más chirriante que en cualquier otro momento o país que yo conozca: la cocaína.
La cocaína, es sabido, nunca viene sola. Y menos en literatura. Sus derivados son la vida nocturna, la prostitución, la violencia callejera, la homosexualidad reprimida o compulsiva –nunca relajada y natural–, la gente de la calle, el lenguaje de la calle y una serie de elementos que, con pocos adornos retóricos y mucho golpe, suelen agruparse literariamente bajo el nombre de “realismo sucio”.
(SIGUE EN EL PRIMER COMMENT)
Después de los difíciles años de violencia política, el Perú conoció un período de estabilidad durante la década pasada. Sin embargo, el poder dictatorial subyugó las representaciones que nuestra sociedad hacía de sí misma, lo cual se verifica en la producción literaria de esos años. Muchos escritores, críticos y lectores peruanos opinan que entre los jóvenes narradores peruanos no hay una literatura común. Según esta teoría, los autores que comenzaron a publicar en los años noventa eran tan individualistas que nunca formaron ningún grupo, ni movimiento, ni tendencia ni generación propiamente dicha. Esa afirmación me sorprende, porque yo creo que entre los jóvenes narradores de los noventa hubo un tema común muchísimo más claro y hasta más chirriante que en cualquier otro momento o país que yo conozca: la cocaína.
La cocaína, es sabido, nunca viene sola. Y menos en literatura. Sus derivados son la vida nocturna, la prostitución, la violencia callejera, la homosexualidad reprimida o compulsiva –nunca relajada y natural–, la gente de la calle, el lenguaje de la calle y una serie de elementos que, con pocos adornos retóricos y mucho golpe, suelen agruparse literariamente bajo el nombre de “realismo sucio”.
(SIGUE EN EL PRIMER COMMENT)
22 Comments:
(SIGUE)
El realismo sucio y adolescente de la clase media o marginal limeña impregna en mayor o menor medida el estilo de narradores como Carrillo, Dávalos, Galarza, Malca, Ponce, Rilo, Soria, Tola, Torres Rotondo y muchos otros que no han publicado individualmente, algunos de ellos editados en el libro del Primer Concurso Nacional de Cuento Juvenil que Ceapaz organizó en la segunda mitad de los noventa. Pero el boom de la cocaína no se limitó a las letras. No se lo digas a nadie, Ciudad de M, Bala perdida y Muertos de amor mostraron la penetración que el estilo y el tema tuvieron en el mundo de todos los contadores de historias peruanos, inclusive los cineastas. Cuatro películas en un país que no producía más de dos al año es una evidencia demoledora de que, guste a quien le guste, la cocaína sacudió la creatividad de los narradores y de los consumidores de ficción. En otros países eso ocurrió –por ejemplo, con el español Mañas o el Fuguet de Mala Onda–, pero nunca con tanta insistencia.
La explicación más socorrida para ese fenómeno de los noventa es la caída de las ideologías, o al menos, de las ideologías del lado izquierdo, que sostenían el realismo social y comprometido que el mundo literario y cultural latinoamericano más valoraba. Igual que la política, la literatura se quedó súbitamente sin referentes. El realismo no era real. ¿Cómo hacer ficción en un mundo en que las realidades ideológicas más inamovibles acababan de convertirse en ficción ellas mismas?
En el mundo hispano, la primera respuesta a esa pregunta fue la recopilación McOndo, que reivindicaba el espacio urbano de la clase media y la cotidianidad para acercarse a un nuevo tipo de lectores, mayoritariamente jóvenes de clase media de las ciudades. La narrativa dejó de ser escrita sólo para las universidades. Para mí, que estudiaba literatura en esa época, fue liberador leer McOndo. En el mundo literario de Borges, Fuentes, Cortázar o García Márquez, difícilmente quedaba algo que aportar. Creo que para muchos autores que hemos venido después, McOndo representó la posibilidad de escribir y valorar lo que conocíamos de cerca, no sólo la aventura de la enciclopedia literaria.
Si lo anterior es cierto, es posible explicar el boom cocainómano peruano observando el entorno de los autores. Para los nacidos a mediados de los setenta, la democracia fue, desde que tuvieron uso de razón, un lugar sin agua, sin luz, con la costumbre del sonido de las bombas y los toques de queda, con las ventanas selladas en caso de explosión, sin permisos para salir hasta tarde por razones de seguridad. La dictadura, en cambio, coincidió con la paz y la prosperidad –insostenible pero palpable–, y acabó con los desprestigiados partidos políticos y también con varias instituciones en todo nivel. Si los ochenta habían representado una interminable y violenta lucha política, los noventa clausuraron los espacios de discusión y diálogo para crear la ilusión de un mundo en el que todo estaba bien y todos debíamos estar compulsivamente contentos y dejar de protestar.
Todas las dictaduras –y muchas democracias– poseen un grado sutil de legitimidad. Se sostienen sobre el miedo al caos de los ciudadanos, que aceptan dejar ciertas libertades en manos de un líder fuerte para no tener que asumir las responsabilidades que ellas conllevan. Fromm llamaba a este fenómeno “el miedo a la libertad”, incluyendo la libertad de pensar, de mirar más allá de lo que nos es dado. Muchas sociedades en quiebra moral, política o económica –como la Alemania de Weimar, la España de la República y el Perú de Alan García– se han puesto en manos de alguien que piense por ellos, han abrazado la opción de dejar la responsabilidad en manos de otros, y de no alzar la voz contra esos otros ni tratar de mirar más allá de sus murallas. Eso, de alguna manera, también les permite sentirse inocentes de los actos del gobernante: “Nosotros no lo aprobamos, simplemente, no queremos saber al respecto mientras alguien ponga orden.” En un proceso inconsciente de expiación colectiva, las sociedades usan a las dictaduras para no sentirse culpables de lo que ellas mismas les exigen.
En mi opinión, los jóvenes autores de los noventa simplemente contaron lo que veían. Y lo que veían era el miedo a la libertad que alimentó al período de Fujimori: una sociedad que había cedido su capacidad de pensar y de mirar más allá de su propio feudo. Una sociedad dopada. Esos escritores podrán haber hecho mejor o peor literatura, según cual, pero devolvieron el foco a lo que veían, no a lo que leían, igual que el resto de América Latina. Y, contra su imagen pública de individualistas, retrataron mayoritariamente la misma realidad y a veces hasta usaron los mismos recursos de estilo, como el colectivo social mejor organizado, con una clara inquietud común.
Pero para ser inocente también hay que callar. El que conoce un hecho es cómplice de él. Sólo está realmente libre de culpa el que no tiene conciencia. El silencio es una garantía de inocencia. Por eso, en la literatura joven de los años noventa, más que los temas –o EL tema– resultan significativos los silencios, las cosas que los autores no trataron y de las que no hablaron. En particular, el persistente silencio en torno al tema de la violencia política, por parte de la primera generación que la había vivido con inocencia, durante la niñez, sin preconceptos. Y, por cierto, también por parte de todas las demás.
Justamente, en eso no coincide el Perú con otros países de la región. La violencia social y política nutrió a algunos de los más destacados autores latinoamericanos surgidos en esa década, como Bolaño, Vallejo, Paulo Lins o Piglia; e incluso es revisitada en las novelas recientes de autores de McOndo, como Paz Soldán, Gómez o Fuguet. No deja de ser llamativo que el Perú la haya ocultado a pesar de ser la herida más brutalmente abierta del país. Tampoco es normal que el silencio vaya a cumplir sus bodas de plata sin romperse. Chile o Argentina han llenado ya amplísimas bibliotecas –y conciertos, y películas y escenarios teatrales– con sus respectivas experiencias sangrientas.
¿Calló el tema la literatura peruana porque no estaba capacitada para afrontarlo? ¿Se tapó los ojos, eufórica, por los éxitos políticos de la primera mitad de la década? ¿La sociedad peruana carece hasta tal grado de memoria histórica? Su silencio ha sido objeto de debate en múltiples foros y discusiones académicas, pero ahora hay indicios de que, en realidad, simplemente, nunca existió.
Recientemente, el profesor sanmarquino Marcel Velázquez me confió que estaba reuniendo un corpus de literatura escrita y publicada fuera de Lima. Según Velázquez, muchos de esos casi cuarenta libros reflejaban la violencia política, pero ninguno de ellos fue reseñado en periódicos ni distribuido en librerías de Lima. En su opinión, cuando hablamos de este auge del realismo sucio y violento en el Perú, en realidad nos referimos sólo a la capital. La literatura peruana también se escribió fuera de Lima, lógicamente, pero Lima no la leyó. Lima estaba dopada. Sería interesante ahora poder conocer ese corpus, que forma el reverso de la moneda de la literatura “oficial”. Sea lo que sea que describa, será la parte del país que los escritores de Lima, jóvenes y no tan jóvenes, no podíamos ver, hasta casi persuadirnos de que no existía, quizá porque le teníamos miedo, quizá porque amenazaba nuestra inocencia. Creo que sólo desde el conocimiento de ambos lados se podría hacer un balance de lo que ocurrió en la literatura peruana de esos años, pero, sobre todo, sólo desde ahí se podrá comprender, en todos los aspectos, a un país cuyas dos caras aún no se han leído mutuamente.
El llamado "realismo sucio" no fue más que la repetición de las historias de Bukowski y las de la "generación kronen" de España. Las historias del realismo sucio son en realidad la misma y única historia, cambiando el escenario según la procedencia del autor: chibolos que se drogan y tiran en Lima, Santiago, Bogotá, Buenos Aires... Un antecedente mucho mejor que el género es "En octubre no hay milagros" del maestro Reynoso. Eso si que es realismo sucio bien escrito.
El usuario de los viernes
No creo que la explicación del surgimiento del realismo sucio en nuestro medio sea la caida de las ideologías o cosas así de complejas: simplemente, el realismo sucio se basaba en el mito de que "cualquiera puede escribir", que también se puede traducir en "me cago en la ortografía, la gramática y la coherencia". O sea, cien páginas para describir mis interesentasímas reflexiones sentado en un water. Es más, la misma idea de "realismo sucio" sugiere que se pretendía continuar con la tradición realista, pero ahora con el añadido que la realidad penetraba en lo escrito: la realidad era que muchos autores no saben escribir.
Por suerte, creo que ya nos estamos sacudiendo de eso. Para escribir se necesita una preparación previa, no necesariamente académica (un cartón no te convierte en autor), pero si estudiar mucho: leyendo a otros autores, por ejemplo.
El usuario de los viernes II
Se nota que los que participan en este blog no han leído más que cinco libros en su vida. Un antecendente mayor es Duque de José Diez Canseco.
con esa figura muchos escritores de Matalamanga estarían negados para la literatura. No podemos ser tan drásticos.
vieron la reseña que le hizo la Ivana a Roncagliolo en Caretas? (compra pues misiazo Aguirre!!!!)
Con eso se completò el cuadro, la vendetta de la mafia contra el que hizo las cosas por su cuenta. Alucinen: Olga Rodrìguez, Faveròn, Thays, Coral, todos contra Abril rojo. Còmo es la envidia.
Loco de atar said:
qué pesadez de discursos...
felizmente alguien escribe:
"Ahí donde los férreos dedos del fango empiezan a tocarte con la sed del postergado y la del loco. Ahí deberás establecer tu condición suculenta, tu baile de ojos ante una Muerte que terminará por desesperarse y huir hacia las Tierras del Norte, buscando hombres más blancos y más débiles."
¿Decira que Reynoso es un buen antecedente del realismo sucio implica no haber leído a Diez Canseco? Extraña forma de razonar la de gustavo.
Ahora que mencionan que "Abril rojo" es más bien thriller antes que esas novelas de "realidad social peruana", creo que voy a animarme a leerla. Creo que cuando se es menos pretencioso, se escribe mejor (y se lee mejor también).
Abril Rojo, sin ser genial, es de lejos mucho mejor novela que todas las escritas por sus envidiosos detractores. Ellos lo saben. (Y ni hablemos del relato de Faveron en el Comercio). Hablando del rabino mezquino, la reseña que hace a "Abril Rojo" es tendenciosa y ridicula al inventarle errores, y su mala leche solo revierte sobre el pseudocritico, que no sabe ni distinguir voz autorial, voz narrativa y voz de personajes: por ahi caga fuera del water al criticar lo que alucina como inconsistencias del personaje chacaltana, etc. Por ejemplo, se rasga las vestiduras y mesa la barba Facheron desgañitandose con que Roncagliolo confunde a los dos Tupac Amaru para explicar el mito del Incarri. Facheron, no es Roncagliolo quien propone ese origen del Incarri, quien lo dice es un personaje, el cura, y la mezcla es totalmente funcional al texto. No se trata entonces de que la novela tenga "simbolos vacios" como tergiversa el envidioso -y le hace coro Victor Coral- en su risible lectura falta de imaginacion y envenenada de hiel. La novela tiene simbologia funcional, lo vacio, huero y conchudo es la pseudocritica del Facho. Conchudo porque lame las botas de Alsonso Cueto por una novela aburrida, solo porque es su amiguito, pero ante una novela superior como la de Roncagliolo el Facho suelta los perros solo porque el autor ni es su amigo ni -mas importante- comulga con su ideologia conservadora disfrazada de izquierda. Facho, fijate que segmento de la sociedad peruana queda peor en la novela, compara ideologias, y usa la imaginacion: lee pues, antes de escribir estupideces desinformantes.
Buena Santiago, comentario de las 3.54 pm, tú puedes, dale duro a Facherón.
Yo creo que podemos declarar a Facherón: Critico sInlustre de la Literatura Piurana.
No es posible que sigamos soportando que tipos como él o Victor Coral se salgan con la suya hablando pestes de escritores valiosos e importantes para (ahora sí)la Literatura Peruana como Santiago Roncagliolo o Abelardo Oquendo. Ya estamos avisados: Después, no llorar lo que no supimos defender... como hombres.
Jorge Chamorro
Osea que el Señor de Abril rojo va ha decir que los 80s es realismo real existente? Eso era una GUERRA y a todos los que menciona son una manga de soplones y malos narradores ni compararse con el maestro reinoso primo de Abimael.Ademas en los 80s se fumaba y se inauguraba el PBC como elemento popular mas no la cocaina que siempre estuvo presente en la clase alta Estos narradores no son nada.Añadido político de antemano Dintilhac es un oporto de lujo que al parecer esta con la mafia y no solo con eso sino revela su entraña reaccionario y del pensamiento del Opus DEi.Es tan hipócrita.Que no sabe nada de política ni alianzas ni contubernio.
Como todo escritor, Sangtiago es un egocéntrico. Solo porque el consumió cocaína y la izquierda de su padre no llegó jamás al poder dice que los escritores nacidos en los setentas eran unos frustrados. Yo nací en los setentas, nunca le pedí a Santi un ñac y nunca tuve veleidades de poder
Abelardo Oquendo qué ha escrito, oye imbécil, es un comentarista de diario nada más, aunque sea Malca la hizo con una novela de hace 15 años, él sí es "ilustre".
Los escritores en los 80 consumían cocaína y no terminaron el colegio. como Malca, Domingo de Ramos, Dalmacia Ruiz. A esas deficiencias personales ahora queremos llamarlas virtudes.
Leonardo Aguirre ayer hablando peste y media de Faverón en una fiesta. Ese pata no tiene bandera, y por ahí estaba Vico, que ya está enterado de todo.
Buena Faverón de las 7:39 am. Sí que madrugaste!
Y solo porque "EL ESCRITOR HUMILDE" De las 7:39 am no tiene platita para su ketito. OHHH qué penita!!!!
Anda nomás a gorrearle coca a Faverón y Vico... aunque todos sabemos que t invitarán de la mala q siempre usan ellos.
ÑAACA ÑAACA
Loco de atar said:
por más que me esfuerzo por sacar a esta gentita de sus cuatro paredes decoradas con fotos de Faverón, Thays, Coral, Aguirre, Roncagliolo, y busco palabras de grandes escritores que les arranquen movidas flipantes y viajes sibilinos, nada pasa!!! Voy regresando a larco herrera: "Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas
Envuelto entre la sábana de espumas, ¡Llevadme con vosotras!" porque... "el odio es un borracho en el fondo de una taberna que siente siempre la sed nacer del licor". Bajan, bajan puerta del manicomio!!!
Felicitaciones Faverón!!!!!!!!, ganaste 500 entradas a tu blog durante la madrugada del lunes, provecho, para eso están tus amigos de Perublog. Mafiosazos.
el que todo love
Ese no es Facherón, sino el gordo Slas, realizando labores de topo (se atracó en dos desagües)
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