DE MUSAS Y DE MUSOS
Los escritores y sus estereotipadas musas
Rocío Silva Santisteban
A Lope de Vega sus contemporáneos lo llamaban “monstruo de naturaleza” porque compuso más de 300 obras de teatro; y a Sor Juana Inés de la Cruz, cuyas obras completas suman cuatro volúmenes de cuatrocientas páginas cada uno, la llamaban “la Décima Musa”. ¿Musa? ¿Por qué?, ¿acaso no era ella la que cogía la pluma y se manchaba los dedos de tinta? Pues sí, pero como en ese entonces una mujer que sabía latín tenía mal fin, los detentores de lo que podría llamarse el marketing literario de la época, no supieron sino darle esta nomenclatura poco acertada.(SIGUE EN EL PRIMER COMMENT)
Rocío Silva Santisteban
A Lope de Vega sus contemporáneos lo llamaban “monstruo de naturaleza” porque compuso más de 300 obras de teatro; y a Sor Juana Inés de la Cruz, cuyas obras completas suman cuatro volúmenes de cuatrocientas páginas cada uno, la llamaban “la Décima Musa”. ¿Musa? ¿Por qué?, ¿acaso no era ella la que cogía la pluma y se manchaba los dedos de tinta? Pues sí, pero como en ese entonces una mujer que sabía latín tenía mal fin, los detentores de lo que podría llamarse el marketing literario de la época, no supieron sino darle esta nomenclatura poco acertada.(SIGUE EN EL PRIMER COMMENT)
8 Comments:
(SIGUE)
Sucede que las mujeres en la historia de la literatura estuvieron más bien encerradas en las páginas (y los estereotipos) de sus pares, los varones, monstruos de naturaleza o no. En algunos casos, como el de Madame Bovary, Anna Karenina o Ursula Iguarán, pudieron salir de esa mala suerte y convertirse en personajes femenino llenos de humanidad, cuyas acciones, reflexiones y sobre todo, contradicciones, le dan una textura diferente a la “mujer literaria” de todos los tiempos.
Borges y Cortázar
Pero en la mayoría de las novelas o cuentos no sucede así. En la extensa producción cuentística borgeana hay pocas mujeres y, por cierto, las que centran la atención del maestro argentino no están constituidas por, lo que se diría, una textura femenina profunda. Emma Zunz, por ejemplo, es una máquina de venganza, cuya laboriosidad y exactitud para cumplir con sus propósitos, resalta por su exceso de frialdad; en La Intrusa, la mujer que causa el rencor de los hermanos Nielsen, prácticamente aparece como pretexto para desarrollar la trama, y no tiene ni cuerpo, ni textura, ni vida propia: es sólo un estorbo entre la maravillosa vida homosocial de los vaqueros; y en El Aleph, el recuerdo de Beatriz Viterbo, génesis del extraordinario descubrimiento, se apaga de inmediato para dar paso a las rivalidades entre Borges y Carlos Argentino Daneri.
Cortázar tampoco se salva con el mencionadísimo personaje de La Maga. La pregunta que da origen al libro (¿Podrá Oliveira encontrar a la Maga?) da pie a una seguidilla de búsquedas obsesivas que no paran sino hasta que el personaje percibe en la sexualidad de la Maga el espacio irreductible desde donde se pueden observar otros mundos: “Ah, déjame entrar, déjame ver algún día como ven tus ojos”. No obstante, ese cuerpo se resiste a ser textualizado y Cortázar opta por el clásico estereotipo de la mujer víctima. “Todas sus relaciones con hombres siguen el mismo patrón: abuso, humillación, silenciamiento. En cada una de las posiciones femeninas que le toca asumir (hija, amante, madre), la Maga siempre pierde” sostiene la crítica Gabriella Nouzeilles. Para Cortázar ha sido este cuerpo femenino extraño pero sumiso la puerta mágica para otras dimensiones de la realidad, como también queda dicho en los diarios de Alina Reyes (en el cuento “Lejana”).
No sigamos con los porteños pues Sábato con personajes como María Irribarne o Alejandra Vidal Olmos, tampoco la chunta, aparte de conferirles un extraño aire de maldad para seducir al lector, ambas terminan siendo apéndices de otros personajes masculinos (Juan Pablo Castell o el padre de Alejandra, Fernando). En el caso de los autores chilenos, comenzando por Pablo Neruda, las mujeres siempre están ahí para provocar el deseo de un viaje, de una investigación, de una huida o en todo caso, para provocar el propio deseo de escribir. ¿Qué son Los detectives salvajes y todo el complejo mural humano que diseña Roberto Bolaños sino el sendero difuso de la búsqueda inútil de una mujer escritora?
Las putas
En tanto que los escritores tienen acceso a la sexualidad femenina sólo desde una perspectiva —la invasiva— han terminado dando forma en sus textos de ficción a los dos clásicos estereotipos de todos los tiempos: las vírgenes y las putas. Si las vírgenes, como “María” de Jorge Isaacs, representan lo inexplorado y por lo tanto atractivo en su nubilidad, las otras no son sólo la tentación que hace caer en pecado, sino sobre todo, el espacio desde donde se percibe el manejo “libre” del cuerpo femenino. “Las mujeres que esperan/ y se sienten solas, conocen a fondo la vida./ Son libres. A ellas no se les rehúsa nada” sostienen Césare Pavese, en su famoso poema Tierras Quemadas, con cierto tufo de envidia.
Desde “Margarita Gautier” hasta “La Pies Dorados”, pasando por mares de personajes putescos totalmente olvidables, las mujeres que se dedican a vivir de la explotación económica de su sexualidad, han atravesado de manera casi siempre anecdótica la historia de la literatura. Incluso hoy en día, en que la profesión ha decaído gracias a la libertad sexual femenina, hay algunos nostálgicos que continúan inquiriendo en sus fantasías sobre estas mujeres a las que pueden tocar pero no poseer: “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen” sostiene el personaje de García Márquez en su último novela. Tan diferente, desde su propuesta ideológica, a la denuncia en clave de realismo mágico que organiza la trama de “la Cándida Eréndira”. A veces, como sus masculinidades, los escritores declinan con los años.
Finale
Madres fálicas como Bernarda Alba; impúberes criaturas celestiales como la Niña de la Lámpara azul; torrentes de voluptuosidad como Lucrecia, la madrastra; “lomazos” para ser devorados como todas las “huachafitas” de la narrativa de Bryce, Ribeyro o el propio Vargas Llosa; mujeres galgos en los cuentos contemporáneos de Sergio Galarza o afroperuanas infieles de Gregorio Martinez, las musas piden a gritos un poco menos de estereotipos y más indagación en el mundo femenino que, los escritores, apenas entreven y salen disparados.
Modelos femeninos
Daniel Salas
Leo en el blog de Rocío Silva Santisteban una columna titulada “Los escritores y sus estereotipadas musas” . La tesis central es un gran número de escritores hombres, desde Jorge Luis Borges hasta Sergio Galarza, pasando por Cortázar y García Márquez, no han sabido representar a las mujeres porque sus personajes no poseen densidad propia, sino que son más bien estereotipos, a saber, la mujer evasiva, la mujer malvada, la prostituta, la madre, etc.
El error de esta crítica es demasiado grueso y lo señalo porque, a pesar de todo, puede inducir a una confusión, especialmente entre los jóvenes estudiantes de literatura. Esta confusión consiste en no distinguir entre estereotipo y arquetipo. El problema con los argumentos de Rocío Silva Santisteban está cifrado en estas líneas:
“En la extensa producción cuentística borgeana hay pocas mujeres y, por cierto, las que centran la atención del maestro argentino no están constituidas por, lo que se diría, una textura femenina profunda. Emma Zunz, por ejemplo, es una máquina de venganza, cuya laboriosidad y exactitud para cumplir con sus propósitos, resalta por su exceso de frialdad; en La Intrusa, la mujer que causa el rencor de los hermanos Nielsen, prácticamente aparece como pretexto para desarrollar la trama, y no tiene ni cuerpo, ni textura, ni vida propia: es sólo un estorbo entre la maravillosa vida homosocial de los vaqueros; y en El Aleph, el recuerdo de Beatriz Viterbo, génesis del extraordinario descubrimiento, se apaga de inmediato para dar paso a las rivalidades entre Borges y Carlos Argentino Daneri.”
Espero que sea evidente que esta es una limtada observación. Estereotipo y arquetipo no son lo mismo, se trata de dos formas de representación muy diferentes. Si yo represento a todos los argentinos como soberbios, esa es una versión estereotipada de los argentinos. Si cada vez que me refiero de hombre andino lo hago aparecer como mendaz, oscuro y de costumbres incivilizadas, estoy recurriendo a un estereotipo abiertamente racista. Pero eso es muy distinto de representar a los personajes recurriendo a modelos humanos convencionales, por ejemplo: el valiente, el macho, el cobarde, el profeta, el visionario, el avaro, el lector obsesivo, el librepensador, el ridículo, el traidor, el héroe. Esta forma de representar es literaria, no sicológica. En Borges no hay exploración sicológica porque sus personajes son encarnaciones de tipos humanos reconocibles. En el cuento La Intrusa, como bien señala Rocío Silva, la mujer que divide a los hermanos no posee una densidad propia, pero ocurre lo mismo con los hermanos Nielsen, quienes a su vez encarnan el modelo de la unión masculina. Lo primero, llama la atención de la poeta, pero lo segundo no. ¿Por qué? Interesada en ver solamente los personajes femeninos, ella soslaya el conjunto.
Precisamente, uno de los triunfos borgianos sobre la literatura latinoamericana es haber desprestigiado el sicologismo que proponía la novela rusa. Borges cree que esto es un error y prefiere volver a la idea de una literatura basada en formas y en mitos. Así, quienes siguen la impresionante influencia borgiana (una influencia fortísima, a pesar de que algunos no quieren darse cuenta) no crean personajes sobre la base de la “densidad propia” que busca Rocío Silva sino sobre la base de la arquitectura que ofrecen la mitología. Esto lo vemos en escritores tan diferentes como Cortázar, García Márquez, Rulfo, Saer, Bolaño y Mairal. Que Rocío Silva lo detecte en Sergio Galarza, eso no hace sino colocar a este joven escritor en una tradición prestigiosa.
Ahora bien, los ejemplos de modelos que he presentado son de tipos humanos masculinos que abundan en la literatura y, por cierto, en la literatura latinoamericana. Pues también hay modelos femeninos típicos: la santa, la puta, la femme fatale, la matriarca, la heroína, la bruja, la visionaria. Pero que en un cuento o una novela aparezca el modeo típico de una puta no quiere decir que la obra plantee el estereotipo de que “todas las mujeres son putas”. Este es el error crucial que observo en la crítica de Rocío, quien sostiene con la mayor frialdad que, cuando se trata de mujeres, escritores de la talla de Borges, Cortázar y García Márquez “no la chuntan”.
El espíritu de la colmena, una de las mejores películas que he visto en mi vida, está estructurada sobre la base de dos niñas que encarnan dos tipos humanos muy precisamente definidos: la bruja y la visionaria. Esta película de Víctor Erice es, sin duda, una de las referencias presentes en El laberinto del fauno, otra película en la cual los personajes son modelos, algunos incluso caricaturescos.
Los modelos arquetípicos han permitido crear grandes narraciones.
Salas de nuevo se equivoca. El problema no es si se usan o mitos o no -mitemas, si te pones Garciaberriesco- sino si estos adquieren algún tipo de pathos verosímil para el lector. Así, hay valientes muy aburridos y valientes sorprendentes. La literatura buena se suele quedar con los profesores
La tía rocio no es intelectual, apenas si es florera, con cultura de troska de cafetín y profesora de pre. Que le calmen las hormonas
La musa activa
Inspiradoras, monstruos y portentos: el fénix mexicano
En Moleskine, Iván Thays nos cuenta sobre una discusión interesante, aunque poco atendida, que ha surgido a raíz de una respuesta ofrecida por Daniel Salas a un texto de Rocío Silva Santisteban.
El texto de Rocío se titula Los escritores y sus estereotipadas musas. Fue originalmente una de sus columnas de prensa, pero lo pueden ver reproducido en su blog, Kolumna Okupa (que aprovecho para recomendar). El de Daniel se llama Modelos femeninos y apareció como post en el blog colectivo (o en el colectivo de Silvio Rendón) Gran Combo Club.
Como explica Iván, buena parte de los argumentos se resumen en estos dos párrafos, uno de cada texto:
Dice Rocío Silva Santisteban: "En la extensa producción cuentística borgeana hay pocas mujeres y, por cierto, las que centran la atención del maestro argentino no están constituidas por, lo que se diría, una textura femenina profunda (...) en "La Intrusa", la mujer que causa el rencor de los hermanos Nielsen, prácticamente aparece como pretexto para desarrollar la trama, y no tiene ni cuerpo, ni textura, ni vida propia: es sólo un estorbo entre la maravillosa vida homosocial de los vaqueros; y en "El Aleph", el recuerdo de Beatriz Viterbo, génesis del extraordinario descubrimiento, se apaga de inmediato para dar paso a las rivalidades entre Borges y Carlos Argentino Daneri".
Daniel Salas replica: "Estereotipo y arquetipo no son lo mismo, se trata de dos formas de representación muy diferentes. Si yo represento a todos los argentinos como soberbios, esa es una versión estereotipada de los argentinos. Si cada vez que me refiero de hombre andino lo hago aparecer como mendaz, oscuro y de costumbres incivilizadas, estoy recurriendo a un estereotipo abiertamente racista. Pero eso es muy distinto de representar a los personajes recurriendo a modelos humanos convencionales, por ejemplo: el valiente, el macho, el cobarde, el profeta, el visionario, el avaro, el lector obsesivo, el librepensador, el ridículo, el traidor, el héroe. Esta forma de representar es literaria, no sicológica. (...) En el cuento "La Intrusa", como bien señala Rocío Silva, la mujer que divide a los hermanos no posee una densidad propia, pero ocurre lo mismo con los hermanos Nielsen, quienes a su vez encarnan el modelo de la unión masculina. Lo primero, llama la atención de la poeta, pero lo segundo no. ¿Por qué? Interesada en ver solamente los personajes femeninos, ella soslaya el conjunto".
Yo, por mi parte, quiero comentar otro aspecto del texto de Rocío (mi ex colega de Somos a quien no veo hace varios años, lamentablemente, salvo por un encuentro fortuito y corto en Puerto Rico que se produjo, oh ironías, justamente en una fiesta amenizada por el original Gran Combo).
Como Daniel y Rocío se han ocupado del lado más importante del asunto (los estereotipos de lo femenino, Rocío; la diferencia entre estereotipo y arquetipo, Daniel), yo me quedo con el menos relevante, el del término "musa", que Rocío menciona casi incidentalmente al inicio de su artículo:
"A Lope de Vega sus contemporáneos lo llamaban “monstruo de naturaleza” porque compuso más de 300 obras de teatro; y a Sor Juana Inés de la Cruz, cuyas obras completas suman cuatro volúmenes de cuatrocientas páginas cada uno, la llamaban “la Décima Musa”. ¿Musa? ¿Por qué?, ¿acaso no era ella la que cogía la pluma y se manchaba los dedos de tinta? Pues sí, pero como en ese entonces una mujer que sabía latín tenía mal fin, los detentores de lo que podría llamarse el marketing literario de la época, no supieron sino darle esta nomenclatura poco acertada".
A Lope de Vega lo llamaron "monstruo de la naturaleza", como recuerda Rocío, pero también "fénix de los ingenios". Curiosamente, la primera fórmula, la que aparentemente fue acuñada por Cervantes, era más irónica que elogiosa. El verdadero elogio para Lope de Vega era el otro sobrenombre: "fénix de los ingenios". A sor Juana Inés de la Cruz la llamaron "la décima musa" y también la llamaron de otro modo: "fénix de América". Ese era un elogio mayor por la referencia a Lope de Vega: a sor Juana se le consideró el par americano de Lope.
Lo de "musa" es más interesante. Yo mismo detesto encontrar, incluso hoy, lugares y textos donde ciertos escritores hablan de sus "musas" e incluso recurren a ese término para referirse a colegas escritoras, cuyo valor como autoras es reducido, así, en beneficio de su imagen como inspiradoras pasivas para el arte de los hombres. Pero eso no debe llevarnos a suponer que "musa" ha sido siempre una etiqueta para reducir o marginar a la mujer en el mundo de las artes.
Las musas clásicas, a las que sin duda aludían quienes llamaban a sor Juana "décima musa", no eran mujeres inermes, pasivas y congeladas que sólo sirvieran para activar el genio masculino: eran figuras eróticas, sí, y maternales también, pero ambas cosas en cuanto tenían de activas y creadoras: eran protectoras de las artes y presidían sobre los artistas; eran artistas ellas mismas: la musa de la música no sólo inspiraba canciones: las componía en instrumentos que ella misma inventaba para luego regalar a los seres humanos.
Algo más: cuando españoles y mexicanos se referían a sor Juana como la "décima musa", estaban haciendo, de paso, una referencia doble: no sólo a las musas clásicas, sino a una persona de carne y hueso, Safo de Lesbos, a quien Platón había llamado, justamente, "la décima musa". ¿Cuál es la naturaleza de esa referencia? Se trataba de otorgar un lugar a sor Juana por encima de todos los poetas vivos de su tiempo, hasta el punto que su talento igualaba o superaba al de la antigua "décima musa", Safo, con lo cual, casi literalmente, se colocaba a sor Juana en el ansiado parnaso del mundo clásico. En resumen: el elogio consistía en referirse a sor Juana como un ser humano divino.
Que la mayor parte de sus contemporáneos no pensara eso, es otro asunto; pero quienes la llamaron "décima musa" no pudieron elegir una manera más significativa de realzar la insigne posición de la mexicana en el mundo de las letras de su tiempo.
Dos cositas:
- Emma Zunz nunca me pareció una fría máquina de matar, mas bien en el último párrafo del cuento se revela cuánto le ha costado llevar a cabo su crimen: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.”
- Habría que ver cómo nos tratan en sus novelas las escritoras. Doble contra sencillo a que la cosa está equilibrada.
Hay que reconocer que Kentucky Salas ha ilustrado magistralmente a la señorita Silva-Santisteban, de profesión Feminista, acerca lo que es un estereotipo. Rocio, quien hace rato que nos aburrió con su rollo de defensa del género, sigue viendo actitudes machistas hasta en la sopa. Sería bueno que se buscara un machucante que la pusiera a lavar los platos.
El anónimo de las 5:36 es una vez más Iparraguirre, haciendo otra vez el ridículo para beneplácito de sus alumnitos, incluyendo al que le pasó la monografía plagiada sin que se diera cuenta.
Mucho efebo sobón le hace proyectarse y creer que las mujeres necesitan machucantes que las pongan a lavar los platos.
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